¿En que te puedo ayudar, si apenas soy un misionero de Cristo? 


Por más de tres décadas sirviendo como pastor de almas en varios países de nuestra América del Sur, no supimos mucho que sería abundancia, porque la entrega a los demás era diaria y constante, pero tampoco padecimos cualquier necesidad. Me recuerdo que cuando en Lages, Santa Catalina, Brasil, decidí regalar todas nuestras cosas antes de volver a Argentina, consulté con la familia, y los muchachos (el menor con 12 años) saltaban de alegría, diciéndome: !Sí, papi, sí! y lo hicimos a 5 iglesias de la ciudad.
Era entendible, entretanto, que la esposa y los hijos desearan tener la casa propia, y yo mismo ya deseara descansar de tanto vivir en casas ajenas, “casas pastorales”, o prestadas, alquiladas, o en repúblicas, pero dudaba de que esa carencia fuera la principal causa de nuestros problemas y ansiedades. Discernía que si un día llegase a tener casa propia, los verdaderos problemas no terminarían, y que tal independencia no nos traería la felicidad y armonía que tanto deseaba mucho más que los bienes materiales.

Un día llegó el milagro de la casa propia, en el año 1983. Fue el fruto de mi trabajo personal exclusivo, y hasta buscando de ocultarlo de la esposa, llegando a sorprenderla que la llave de la casa ya estuviera en mis manos, cuando la llamé a regresar de su refugio furtivo en “la casa de papá”, con nuestros hijos.

De un lado, los pastores denominacionales, los directorios, no podían escuchar nuestras quejas referente  a los verdaderos problemas que nos siguieron aquejando por 33 años sin parar, porque ellos no existen para eso; existen para lucrar con el dinero, y con las personas que les sirvan mejor. Por otro, desde la esposa, hasta el último de los parientes que nada tenían a ver con nuestra administración, ni mucho menos con nuestros privados y bien guardados problemas, no existieron para la paz y al menos para la estabilidad de lo que ya conseguimos, sino para dividirnos aún mucho más, llevándonos a perder la casa para un falso pastor con el irónico nombre Corazón de Jesús.

Pasaron los años, y otra casa vino a “resolver” nuestra ansiedad y carencia por la casa propia. Esta vez, como parte de una herencia del padre de ella, y allí entramos a vivir ya divididos y desparramados. Durante cuatro años ella jamás fue feliz adentro de esta casa. Muy por lo contrario, allí lloró como nunca antes, se enfermó de cáncer y murió. La casa la vendimos por monedas, con tal de quebrar un ciclo de maldiciones, e iniciar nuestra verdadera y plena libertad, aunque con el dolor irremediable del desmembramiento familiar.

Ella se fue sin saber lo que es vivir feliz y en familia en lo propio, y entonces, no puedo menos que agradecerle a nuestro amigo pastor Horacio, de Rosario en Brasil, que le advirtió “Mientras vos no sepas vivir agradecida con el esposo que tienes, los hijos que tienes, la casa que nunca te faltó, y el sustento, Dios nunca te va a dar casa propia para felicidad tuya, ni de tu familia”. Le dio en la tecla del problema…

Déjame aplicar esta resumida historia a nuestra amada Argentina…

Vi muy de cerca cuando Menem llenó a las comunidades aborígenes de regalos, máquinas, herramientas, ropas, alimentos y dinero para que superaran en la vida, y como vendían sus cosas para poder vivir de su renda, y como a los fines de semana paseaban por la ciudad de tractores…

Vi como nuestros amados criollos o autóctonos argentinos iban a cosechar en el Chaco, pero antes, pasaban por la despensa del patrón para cargarse de alimentos en una cuenta basada en promesa de trabajo y no en la producción, y sólo alrededor de las 10 horas se iban al campo, y a las 4 de la tarde lo abandonaban, para volverse a sus casas. Y también vi como los colonos que enriquecieron se esforzaban mucho más allá de sus propias fuerzas...

Recuerdo cuantas veces el pastor me encargaba de atender una filial de la iglesia en una colonia del Chaco, y como a la vuelta, para compensarle al hermano que me llevaba y traía de auto, le daba el almuerzo en casa, que era apenas dos latitas de pecadillo con pan.

Recuerdo las veces que en Mendoza, siendo invitado, me la pasé a sopa y tortitas cuyanas con el matecito, de recorrida del pastor por las casas de los hermanos, hasta que alguno sentía piedad y nos servía algo para almorzar, a las 17 horas del día.

Recuerdo que, invitado por un presidente de consejo pastoral, (y se supondría que tuviese algo de poder en las manos), fui hospedado en una casa que me colocaron la regla de que me darían el café de la mañana y que luego me retirase de la casa hasta la noche. A cada desayuno el dueño de casa, un panadero, me servía una taza de café sin leche con una cuyana, y entre charla y charla a veces me preguntaba si aceptaba otra cuyanita; la sacaba de una bolsa y guardaba el resto.

Recuerdo una fiesta en una de las mayores iglesias de una capital provincial en que fuimos invitados a cantar y tocando ella el acordeón, no teníamos cómo pagarnos el almuerzo. Después de esperar ansiosos, entre muchos comensales desesperados, un joven vino y nos compró un sándwich para cada uno.

Recuerdo una fiesta de casamiento en la mayor iglesia de entonces en otra capital, que después de que el grupo juvenil de la iglesia invitado debutara con alabanzas, nos repartieron un choripan a cada uno y terminó la fiesta.

Recuerdo la esposa y yo, con los chicos, en otro casamiento; esta vez entre colonos ricos, siendo expulsados como intrusos, cuando teníamos en nuestras manos la  invitación escrita.

Recuerdo en el Gran Buenos Aires la enorme cantidad de veces que volví a casa con hambre, o porque los hermanos eran realmente pobres, o por caraduras, o por manos de bueyes. Lo cierto es que, luego un amigo pastor decidió organizarme con él, y así a partir de entonces supuestamente, él resolvería la parte de mi sustento. Muchas veces fue él que tuvo que pagarnos el sándwich después de las ministraciones invitados.

Cuántas veces fuimos a reuniones donde sabíamos que no teníamos ninguna influencia o poder, sin embargo, quisimos hacer buena letra por varios meses, sin que jamás nos preguntaran cuánto nos costaba llegar hasta ellos. Una vez con el hijo mayor caminé atravesando 5 ciudades satélites de Mendoza, hasta tener que esperar horas sentado en el camino , buscando recuperar la salud. Con todo, nada me detenía. En Misiones ambos caminamos 20 kilómetros para quedar todo un domingo con un pastor de iglesia “de monte”, que llorando nos decía que sus autoridades denominacionales nunca habían llegado allí (aún poseyendo vehículos).

Otra vez caminamos 68 kilómetros para llegar a Posadas a bendecir y auxiliar una familia. Nunca nadie nos pagó los viajes misioneros, y no nos hemos muerto ni desalentado de ser cristianos y siervos de Dios.

Todas las veces que nos mudamos hacia Brasil como misioneros independientes de las organizaciones, dependientes en absoluto del Espíritu Santo, nos recibieron hasta con caravanas, y de inmediato nos resolvieron la casa, la alimentación, una garrafa de gas nueva, y los muebles, y en un casa hasta un auto en el garaje.

Sin embargo, recorriendo Argentina y Brasil casi de norte a sur y de Oeste a este, nunca vi tanta miseria en Argentina como en Brasil.

No es cuestión de predicar culturas, pero hay culturas infernales, y otras mucho menos. Pero si algo bueno hubiera en ellas, no es por ellas que el Evangelio tendrá poder, sino que el poder del Evangelio es el que puede cambiarlas o al menos mejorarlas. Entonces, no podemos negar que el Evangelio que en tiempos pasados recientes el brasileño recibió, sin duda fue un Evangelio de Paz, porque sus virtudes de generosidad y solidaridad nunca podrían provenir de otra fuente, ya que su pobreza material les asfixia como a cualquier humano.  

Así mismo, es deplorable que en la última década em ambos países, el fenómeno de liquidación de deudas con crecimiento del país de Argentina no tiene ningún parangón con la involución de Brasil en todos los aspectos. Pero permanecen habiendo señales que nos distinguen.

Quizá la mayor, la de considerar que la necesidad del vecino no es de principal responsabilidad del Gobierno, sino de los que vamos siendo convertidos. Ahora debemos emprender, cada uno, una campaña de perdón y reconciliación, visitando a todo aquél que nos haya hecho mal en el pasado, o que nunca nos importó verlos sufrir.

En mi ciudad natal, Santo Tomé, Corrientes, los brasileños transformaron la arquitectura de la ciudad en  diez años como no cambiaba en los anteriores 100 años. Aquí la mayoría de los jóvenes, hasta del campo, supo qué es estudiar y formarse en algún oficio o profesión.

En muchas de las ciudades del país por donde pasé muchas veces en esta última década, el que menos progresó fue de andar de a pié a una bicicleta. En Brasil una familia de argentinos se reía del Gobierno Argentino, afirmando: “mi madre, mis hermanas, mis cuñadas y parientes; todos no trabajan, porque lo que le da el Gobierno les alcanza…”.

Desde 1983 en adelante, el Impenetrable chaqueño sufrió una enorme transformación cultural y material; tan grande que la mayoría de la gente, hasta colonos y pudientes de los pueblos de la región usufructuaron beneficios grandiosos de los gobiernos, pero hoy manipulan sus miserias como si se trata de un problema de la década, cuando la miseria vive en sus mentes y corazones.

En Mendoza cansé de recibir entre las magras ofertas por invitación a ministrar la Palabra de Dios, bonos provinciales hasta de Misiones, y billetes falsos.

La CAJA PAN y tantos otros proyectos que resolverían grande parte de los problemas de los más pobres, las casas del INVICO, en Corrientes, y las del Gobierno provincial en Junín, Mendoza, principalmente, y también en Maipú, las Heras y Guaymallén donde conocí la situación en detalles, todo se ha vuelto manipulable en manos de los que más tienen. Gobiernos regulares, buenos y excelentes siempre tuvimos, pero el pueblo, nosotros, los que nos pasamos la vida juzgando que ellos no hacen, o hacen mal, somos los que siempre acabamos distorsionando la recuperación y el progreso del conjunto.

Con todo, podría pedir: Muéstrenme una época en Argentina de menos corrupción que la actual. Una mejor época sin mucha pobreza real. Una época con las ventajas legales que hoy existen en el país para adquirir un préstamo, hacer una empresa o tener su auto o casa propia.

Contra viento y marea, criamos y educamos tres hijos, hoy ya hombres con sus familias, en aproximadamente 35 años en tierra argentina, y cerca de 23 años en Brasil, sin jamás engañar a nadie y sin tener ningún beneficio estatal, sino exactamente lo contrario, y siendo robado sutilmente muchas veces en Argentina, y descaradamente en Brasil más veces, nuestras vidas  están permanentemente en el altar de Dios para servirle a Él y a la gente de nuestros pueblos, y no buscando servirnos de ellas y del Gobierno en la misma vez que haciéndonos acusativos, condenadores, perseguidores e infames de Dios y la iglesia, y el Gobierno, o cayendo en la infame y pueril esclavitud al trabajo y el dinero, y nuestros domésticos ídolos.

Un hermano mío tuvo que exiliarse dos veces en Europa para poder recibir dinero de la ONU para ser el abastecido que hoy es en Argentina. Hizo bien! Si te dan un anzuelo y una carnada pesca uno; no lo comas; véndelo y después sacas dos y después tres, y así vas alcanzando lo que quieras, pero feliz mismo, no se es por alcanzar objetivos y metas sino por otras razones estrictamente espirituales.

La que era mi esposa, madre de mis hijos, peleó la vida entera pensando que la felicidad la iría a tener poseyendo casa propia. Yo en cambio, siempre creí que uno es feliz si vive enteramente para Dios, y sirve sin egoísmo ni congratulaciones por sentirse superior a quien se le ayuda. Y también siempre supe que quejarse, o nos impide seguir felices, o nos roba la felicidad, y como eso lo viví en carne propia, no critico a ningún gobierno por lo que yo no hago ni soy capaz de hacer.

Toda mi visión de décadas observando -como buen periodista y el último de los buenos pastores de Cristo- puede ser desarticulada por cualquier uno de mis presentes lectores, y no me ofendería tener que reconocerla aún muy deficiente en relación a la realidad. Pero de algo no me harán cambiar, de entender por la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, además de mis estudios en antropología, sicología, sociología, ciencias sociales y políticas y ministerio cristiano “sin sueldo”, que:

Es pobre quien se deja hacer…

Es pobre quien no administra bien lo que posee…

Es pobre quien sólo tiene cosas y no sabe qué es desprenderse de ellas hasta quedarse sin nada, pero feliz…

Ser pobre es no ser agradecido, y haberse acostumbrado a apagar del pasado lo que no debe apagar, y encender lo que debe…

Ser pobre es tener oportunidades y no aprovecharlas, y además, burlarse de quienes le brindaron la ocasión para cambiar…

Ser pobre es ser “avivado” y acostumbrarse a capturar ayudas, tan sólo para despilfarrarlas…

Ser pobre es alimentarse en el basural de los interesados en dominar, y esclavizarse complacientemente, sin esfuerzos por conocer el campo limpio y regado de verdades que libertan…

Ser pobre es crecer amparado y vegetar mimado; luego sale el Sol, secase la hierba, y cae, culpando a todos, menos así mismo…

Ser pobre es envejecer empleado, utilizado, explotado o abusado, y todavía venerar sus patrones como dioses, invocando a Dios que le salve en la hora de  la muerte de cada uno de sus días de esclavo sin mente ni razón…

De estos, hizo alusión Jesús, asegurando que “siempre lo tendríamos con nosotros”.

De estos los apóstoles recomiendan no olvidarnos el año todo, y a encargarnos, sin empujarlos al Gobierno y luego reclamar que no cumplen con el deber que es nuestro, y no suyo.

De estos dijo Jesús que es el reino de los cielos, o sea, la iglesia de hoy, de  los pobres en espíritu…

A estos se les debe anunciar el Evangelio, pero si comparamos lo que gastamos con templos, artefactos, shows, fiestas, celebraciones, programas de culto, y muchas otras cosas innecesarias, y con nuestros egoísmos por lo propio, la casa, los bienes materiales y hasta la familia, con lo que hacemos por estos pobres, realmente nos debiéramos avergonzar en llamarnos evangélicos…

O entonces, cuando realicemos banquetes, llamar a los pobres, y no a los ricos…

… Y así mismo, cuando el gobierno civil no es de nuestro agrado, gastamos nuestro tiempo en infamarlo, atribuyéndole las malarias de gente que carece de espíritu para al menos ser personas dignas, y mucho más despertadas para el Evangelio que cambia, o cuanto mucho las convertimos en “evangélicos” que jamás se libertaron de sus miserias interiores, y levantamos de entre ellas a hombres mezquinos, avaros, ambiciosos, enfermos de egoísmo, y los hacemos líderes.

Líderes que gastan de su tiempo y dinero en críticas y condenaciones, y nunca se detienen a enseñar a pescar…

Líderes que se masajean con fiestas en las casas de los hermanos después del culto, comiendo y bebiendo, homenajeados como dioses…

Líderes que corren día y noche para subir por la escalera ficticia de la fama ministerial, y ser erigidos monolitos atalayas de Dios contra el Mal, los malos gobiernos, la injusticia, pero que nunca ganaron la batalla contra su propio ego.

Tal vez siga siendo demasiado idealista e ingenuo, pero después de 62 años amando al Señor, y siendo amado por él, ¿cuánta riqueza temporal puede valerme la pena dejarle, para ampararme en ella?

¿Qué casa o propiedad privada me sería mejor que la Casa de Dios en la Tierra donde vivo a diario, y la casa eterna en los cielos, que él preparó para mí?

¿Para qué acaparar y guardar, mezquinar y ser egoísta, si cuanto más damos, más tenemos, no tanto riquezas materiales, pero sí la riqueza de espíritu que nos lleva a navegar desde los límites en que “a los pobres siempre los tendríamos con nosotros” para afuera, al infinito, para ayudar y traer a muchos a Dios, y vivir exuberantemente las bondades de Dios en la Creación, las personas y la libertad individual?

¿Qué mejor sino renunciar a la mezquindad, la avaricia, la ambición, el egoísmo, el ser desagradecidos, el ser livianos en el uso de los recursos y oportunidades: renunciar las discusiones por cosas,  las divisiones por posiciones y supuestos derechos, convirtiéndonos en ojo al ciego, luz al que camina en oscuridad, mano al desvalido, consuelo al que sufre, amparo al desamparado, abrazo al solitario, sostén al débil, ejemplo de ciudadanía en medio de esta generación perversa y degenerada, y aroma grato a Dios, que nos da todo?

¿No es patético que el mismo mal que domina nuestras casas, nuestras familias; nos domina a los que las encabezamos, es el mismo mal que nos lleva a ser exigentes demás con Messi, con Cristina, con el policía, el almacenero, el taxista, la esposa, el hijo rebelde, los miembros de la iglesia, perdonándonos a nosotros mismos y congratulándonos por nuestras pocas buenas acciones, y cuando no, inventamos que somos mejores?

Queremos ser “gobierno de la iglesia” a la que fuimos llamados a cuidar, habiendo perdido la batalla contra nuestro ego crónicamente enfermo de muerte.

Por un estudio minucioso en el mismo libro de Isaías por completo, y yéndonos a las referencias históricas (37), descubrimos que los 15 años de vida que Dios le aumentó a Ezequías, son los 15 años que él se dedicó a ser uno de los mejores gobernantes del país, con reformas y progreso singulares que la historia registra. El mensaje de Dios fue este: Mientras te dedicabas al pueblo, a tus funciones políticas, descuidaste tu casa, tu familia. ¡Ve y ordena tu casa!