Miradas de quien sabe ver

En vano hablamos de Iluminismo, si nuestro saber está fundado en la opiniaticidad popular, o en la erudición partidaria y sectaria, exclusivista y ensimismada de estudiosos que hasta saben, pero carecen de sabiduría.

Argumentan  que su ejemplo de vida le autoriza, pero dejan de ver que es su egoísmo que les masajea a cada palabra de su imaginario mentor.

Se hacen fuertes cuanto más opinión acumulan; y cuando un respetable “amigo” pondera, consideran  de mayor relevancia la opinión.

Ven virtudes cuando le elogian y consideran importante; ven demonios cuando es un desagradable conocido el que refiere de su vida. Ven amigos en quienes admiran sus opiniones, y enemigos en quienes con franqueza y respeto disienten de ellas.

Les cuesta aceptar las diferencias, entonces, en vez de intentar ver con los ojos del otro, buscan quitarle la paja estando aún con una enorme viga impidiéndoles ver la realidad.

Le tocan el bolsillo, o fantasean que le roban cuando los otros ayudan a otros, o gobiernan por la igualdad, y ya edifican un saber anquilosado de egoísmo e intolerancia, y en seguida una turba de opinadores le conferirán diploma de “buen tipo”, porque habla justamente lo que ellos también piensan y creen y no saben expresarlo como él. Y entonces, el “trabajador invadido” se levanta solo como líder, ya que otros tantos imaginarios invadidos le endiosaron.  

El líder religioso le resalta su valor, y se  engrandece. Le adula, y se enseñorea de su guía. Le confía un secreto, y se erige sabelotodo. Le aconseja y orienta según su “iluminación”, y comienza él también a sentirse un iluminado, y ahora, peleará con cualquiera defendiéndole como mejor, santo e iluminado de Dios, porque es él que le está promoviendo e inflando su ego hambriento y ridículo.

Estudia hasta en la universidad, y ya se cree más doctor que los menos locos que él, cuando que “de músico, poeta y loco, todos tenemos  un poco”. Sabe bailar bajo la ducha, y ya se cree doctor más que los muchos que se diploman en el desierto del vivir aprendiendo y aprendiendo a vivir y poder servir.

Se congratula por haber podido incursionar en algo del mezquino y opaco Iluminismo, la promisoria Modernidad y la revolucionaria Pos-Modernidad, porque nunca la luz del alma humana caída, por excelente que sea, puede substituir la luz del espíritu, donde radican los verdaderos ojos de la vida, con los que podemos ver a las personas tal cual son, y a las cosas en su verdadera y limitada dimensión.

Mientras apreciamos a las personas por lo buena que son con uno, o por los bienes que nos regalan, o por  congeniar con ellas, o porque concuerdan con lo que hablamos, apenas estamos usando los ojos físicos, y olvidando los detalles.

Mientras veamos lo malo en el otro y lo bueno en uno. Mientras le atribuyamos los desajustes que vivimos, y nos hagamos los autores de sus ajustes y bondades. Mientras los errores son de los otros y los aciertos son nuestros. Mientras los aciertos ajenos no merecen nuestro reconocimiento, mas defendamos que los nuestros debieran reconocer. Mientras nuestros errores deben ser comprendidos y perdonados, y los ajenos lanzados a volar recorriendo el mundo, somos mucho más ciegos que los ciegos físicos, porque estos, pueden mejorar de alguna manera, mas los ciegos de alma sólo empeoran cuanto más creen saber.

Mientras no practiquemos leyes espirituales inherentes en nuestra constitución humana tales como la del reconocimiento, del agradecimiento, del elogio sincero, de la motivación íntegra, del destacar lo bueno e ignorar lo regular o malo, y la de ayudar al otro, y no hundirlo, jamás veremos la luz de la eternidad, porque en esta, donde reina el Eterno, sólo se ingresa cuando nos despojamos de nosotros mismos, y nos vestimos de amor.


Tito Berry      

 

   

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